Erebus. Historia de un barco by Michael Palin

Erebus. Historia de un barco by Michael Palin

autor:Michael Palin [Palin, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia, Viajes, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 10

«Tres años desde Gillingham»

En su tercer viaje antártico, el Erebus se detuvo en Tierra del Fuego para construir un observatorio magnético allí. «Los fueguinos —escribió Ross más adelante— pueden describirse con justicia como la raza más abyecta y miserable de seres humanos», aunque admitió también que eran una buena compañía. Este grabado alemán data de 1881.

U na vez que se hubieron completado las mediciones magnéticas el día de término, se aparejaron los barcos para una breve expedición en la que debían medir la actividad magnética alrededor del cabo de Hornos. El cirujano McCormick, en una de las escasas ocasiones en que se requirieron sus servicios como médico, administró la última fase de un tratamiento a la hija enferma de uno de los residentes de las Malvinas, el capitán Allen Gardiner, de cuarenta y seis años, un hombre de la Marina y «ferviente» misionero. Su hija sobrevivió, pero Gardiner y otros seis, incluida su joven segunda esposa, morirían de hambre más tarde, mientras trataban de llevar el Evangelio a los nativos de Tierra del Fuego.

El 8 de septiembre de 1842, con viento de popa y todas las velas desplegadas, el Erebus salió de la bahía de la Anunciación en una mañana. Su teniente primero, el señor Sibald, permaneció atrás, en tierra, junto a un equipo de otros seis oficiales para mantener el observatorio de Puerto Soledad. El HMS Terror partió sin su respetadísimo primer teniente, Archibald McMurdo, a quien se le había diagnosticado una enfermedad estomacal crónica que lo había puesto en la lista de bajas y debía regresar a Inglaterra para recibir tratamiento. Ross había escrito una carta al Almirantazgo para explicar la situación y recomendado a McMurdo para un ascenso. Con el tiempo, alcanzaría el rango de vicealmirante y moriría treinta y dos años después, tras haber dejado su impronta en el mapa de la Antártida en la forma del estrecho de McMurdo, una barrera de hielo, una estación polar, un sistema de valles secos y una «autopista» polar.

Las dos embarcaciones tardaron unos diez días en cubrir los seiscientos ochenta kilómetros que los separaban del cabo de Hornos. No fue un trayecto tranquilo. Cuando solo hacía dos días que habían partido de las Malvinas, Cunningham registró que su barco «navegaba con dificultad a través de mares muy crecidos». La noche del sábado 10 de septiembre, el viento «soplaba más fuerte de lo que he visto en mi vida». Hacia el 12, se había convertido en «un huracán de tomo y lomo. En ocasiones, el barco ha estado a punto de volcar». Y el tiempo no mejoró. El día 15 «el mar se agitaba con violencia». Pasaron la mayor parte de esta agotadora semana bajo cubierta, con las velas de tormenta y las escotillas cerradas. En cambio, cuando llegaron al cabo de Hornos, donde, a menudo, hacía mal tiempo, el mar estaba en calma y los cielos se habían despejado. «Es probable que no hayamos visto este cabo de terror y tempestades en todo su esplendor», escribió Ross con cierto pesar.



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